Sí, es preferible un coro de aullidos, una atmósfera de ataque... Busco entre las exposiciones de mi cámara fotográfica la diapositiva que documente esto capaz de cuartear el silencio de la noche.
1655.
Hay un número que la clasifica. Hela aquí con todas sus carencias de luz, de simetría y encuadre:
La cámara fotográfica nunca deja de intrigarme, a veces me arrebata las palabras y las suple por números. (Yo estuve ahí). (Yo estuve cerca para dar testimonio).
1673.
1675.
Sólo queda el dar paso al par de fotos que etiquetan los dígitos, desencuadradas por el azoro, desnudas, a las que he negado la edición fotográfica como Houellebecq nos niega la piedad:
Deshaciendo el precepto budista del no-deseo que nos libera del sufrimiento, Houellebecq nos devuelve los deseos, deseos con los cuales, a riesgo de la tragedia del padecer, el llorar, el lamentarse, volveremos a ser respetables como los lagartos. Lézards. Leviatanes todopoderosos para los que el dolor no existe, ni la salvación, ni Buda...
La vida -dice el autor francés- es una serie de test de destrucción. Hay que pasar los primeros test, atascarse en los últimos. Fallar en la vida. Cada fragmento del universo debe ser para vosotros -agrega- una tensión personal.
A la salida de Casa del Lago, en pleno linde boscoso de Chapultepec, abandon(am)o(s) el sitio padeciendo la miseria de no haber escrito sus versos o, más aún, sus novelas... Avanz(am)o(s) en medio de la noche aromática a árboles, con el odio metafísico de la blasfemia y la apostasía, la dicha de la aniquilación y el agradecimiento porque Dios nos haya desamparado.